Yo disfruto mucho cada vez que tengo la oportunidad de explicar a alguien, cómo funcionan los CMM. Esa cara de sorpresa y emoción al descubrir lo que pueden hacer, no se compara con nada.

Cuando doy capacitaciones, son las más divertidas a las que he asistido (ツ). Entre las prácticas, las competiciones (son juegos) y los premios con chocolats rellenos de licor (–hey alumnos, esto no es cierto ¿eh?–), vamos descubriendo e imaginando lo que podemos hacer frente al grupo.

Cuando me invitan a las escuelas, a observar e interactuar con los maestros y alumnos en una sesión de CMM, es muy gratificante ver como todos los niños participan y se emocionan — y cuando la maestra me hace sonrojar al presentarme como “el inveeentooooooor” – ja, si supieran que antes no recordaba cuánto era 8×7).

Pero lo que más disfruto son todas esas anécdotas que me comparten. Como la de una niña que le encantaba el CMM de “El Anillo” porque era el último recuerdo que le quedaba a su abuelita de su abuelito (y yo con mi cara de menso pensando que a la princesita le gustaría tener un anillo de diamantes – en serio, a veces me siento fuera de época). O aquel otro niño que no le entraban los números ni con bolitas y palitos, conoció los CMM  resultó el campeón de su zona escolar. 

Yo ya sé que el problema está en el método, es decir, en la forma tan anti- natural que pretendemos memorizar números y las operaciones básicas (batallamos hasta para recordar un número de teléfono que nos han dicho hace 5 minutos).

Siendo el cálculo mental algo tan fundamental en el repertorio de conocimientos que todos debemos tener ¿por qué seguían produciendo materiales, libros y canciones, con el mismo modelo: repetición hasta el cansancio, aburrida y sin sentido?